Descripción
Este es el libro que pensamos que nunca iba a escribir, y mira por dónde. La cosa tiene su gracia, porque empezó siendo una obra de espionaje: sus hijos le pidieron permiso para abrirse cuentas en una red social, y para vigilar lo que iban colgando, a Carlos Font, el autor del libro, no se le ocurrió mejor cosa que abrirse él también una cuenta. Pero una vez abierta en labores de vigilancia paternal se dio cuenta de que algo tenía que colgar para mantenerla activa, y se le ocurrió ir juntando fotogramas, retratos, afiches, todo tipo de cosas relacionadas con el cine que avivaban en él recuerdos, comentarios, opiniones. Estas últimas pueden perdonársele porque ya dijo muy limpiamente Harry el Sucio que las opiniones son como los culos: todo el mundo tiene el suyo. Las de Carlos Font son opiniones contundentes que se expresan sin embargo con cierto titubeo o sinceridad de taberna (en cuanto al cine intelectual, por ejemplo, «he aguantado y sufrido, tela telita»; en cuanto a La guerra de las galaxias, «una patochada»), a sabiendas de que las cosas hay que decirlas de manera directa, pero sin gritos ni escándalos: debe haberlo aprendido en algún juzgado. En cuanto a los comentarios y recuerdos siguen el sendero de quien se pone a caminar sabiendo únicamente de dónde sale, sin saber adónde va, y convencido de que todo es autobiografía. Así, un momento cualquiera de una película le lleva a hablar, no de la película, sino de dónde vio la película; un cartel le recuerda su gusto por los kistch, a pesar de esa sentencia que asegura que el que tiene buen gusto lo tiene para todo. Alguien que reconoce que de joven tenía cargo de conciencia si en una semana no había ido cuatro veces al cine, tiene que saber algo de cine, tres o cuatro cosas por lo menos. No sé si Carlos Font se soñó alguna vez cineasta o solo quiso ser cinéfilo desde pequeño, lo cierto es que en estas Tres o cuatro cosas que sé de cine logra algo que los críticos profesionales y los cinéfilos más conspicuos no tienen entre sus señas de identidad: nunca se pone pomposo. Habla de cine como de las cosas importantes de la vida, con absoluta naturalidad, sin pedantería, ocultando como puede que está convencido de pocas cosas, pero una de ellas es que no es que el cine sea una mera excusa para hablar de la vida, sino más bien de que la vida no es más que una excusa para seguir viendo cine.
Carlos Font, aficionado a todo, experto en nada. Padece la grave minusvalía de la curiosidad, y así le va.
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